En su tiempo libre, Myron Burrell se sienta en el escritorio de su pequeña celda y revisa pilas de papeles –archivos policiales, transcripciones del juicio y declaraciones de testigos–, tomándose descansos y caminando de un lado a otro mientras trata de digerir las inconsistencias incomprensibles que lo llevaron a la cárcel hace 17 años.

Cuando se siente frustrado o irritado, se tira en su cama y se cubre el rostro, esperando recuperar la calma. Lo único que puede hacer es esperar.

Su historia ya es bastante conocida. Fue condenado a cadena perpetua cuando una bala perdida mató a Tyesha Edwards, una niña de 11 años que hacía sus tareas en la mesa de la cocina de su casa. Amy Klobuchar, hoy senadora, que acaba de retirarse de la contienda por la nominación presidencial demócrata, usó este caso para demostrar la mano dura que impuso como fiscal en Minneapolis. Pero una investigación de un año de la Associated Press sacó a la luz numerosas fallas e inconsistencias en el caso, planteando la posibilidad de que un chico de 16 años haya sido condenado a prisión perpetua por error.

Blanco de duras críticas por su manejo de esta causa, decidida mayormente en base al testimonio de una sola persona que incurrió en algunas contradicciones, Klobuchar pidió que se reconsidere el caso. Su sucesor Mike Freeman, sin embargo, se niega a hacerlo y dice que está convencido de que Burrell fue el responsable de la muerte de la niña.

“Estimamos que la persona indicada fue condenada por este horrendo crimen”, dijo Freeman en un video distribuido el mes pasado por YouTube. Agregó que “si se presenta nueva evidencia, la consideraríamos de buena gana”.

Burrell, quien no ha pasado un solo día de su vida como adulto afuera de la cárcel, quiere ser escuchado pero desconfía de un sistema que según él le falló desde un primer momento.

Burrell, quien hoy tiene 34 años, es uno de los 1.600 reos del Minnesota Correctional Facility de Stillwater, en las afueras de Minneapolis. Tenía cara de niño cuando llegó. Todavía no se afeitaba, pero tuvo que crecer rápidamente.

“Era un niño y estaba en un lugar tan sombrío… Encierran a un chico y le dicen ‘esta es tu celda, aquí vas a morir. Ponte cómodo’”, expresó. “Todo por un crimen que no cometí”.

Cuenta que al principio pensó que podría explicar su caso a los guardias o al personal de la cárcel.

“Pero eso no funciona así”, señaló. “Es como si los empleados del penal te dijeran ‘soy el que manda y tú eres un reo. Básicamente un número. Se hace lo que yo digo’”.

Todos los segundos del día está programados. Lo trasladan de un sitio a otro por los pasillos junto con otros reos, como si fuesen ganado, para que limpie pisos o salga a respirar un poco de aire fresco. Pronto perdió toda esperanza. Dice que dejó de resistirse y pasó a ser “un cadáver que camina”.

Se ve envejecer prematuramente, algo común en los juveniles que caen presos. Está empezando a perder el cabello.

Alguna vez tuvo la esperanza de que la policía y los fiscales se darían cuenta de su error y él sería liberado.

Un jurado lo halló culpable y su abogado le dijo que no se preocupase, que apelarían y estaría libre en cuestión de meses.

Su condena fue anulada por la Corte Suprema del estado de Minnesota en parte por tácticas cuestionables de la policía y los fiscales. Pero en lugar de dejarlo ir, Klobuchar decidió volver a enjuiciarlo.

En el segundo juicio sus abogados le recomendaron que renunciase a su derecho a un juicio con jurado. Fue juzgado ante un juez, que lo halló nuevamente culpable.

Cuando se hizo evidente que no sería liberado, trató de adaptarse a la vida en la cárcel y se acercó a otros juveniles que conoció detrás de las rejas.

Los juveniles son ahora como una familia, chicos que crecen juntos y se ayudan entre sí en los peores momentos, incluida la muerte de la madre de Burrell en un accidente automovilístico. Klobuchar le negó el permiso para ir a su funeral, diciendo que era un peligro para la sociedad.

“A mucha de esta gente la conozco mejor que a mi propia familia porque hemos estado juntos toda una vida”, dijo Burrell. “Ves cómo un chico pasa a ser un adulto. Es como si pasase a ser parte de tu familia”.

Su familia de afuera le informa a Burrell acerca del interés que está generando de nuevo su caso, de los artículos periodísticos y los videos que circulan.

Se corre la voz y otros juveniles lo alientan.

“El sistema no funciona, pero al menos se está haciendo algo bien ahora”, expresó.

Si bien su vida sigue siendo la misma en la cárcel, Burrell dice que le alienta saber que la gente lo ve de otra manera ahora y escucha lo que tiene que decir.

Por primera vez en años, es algo más que el reo número 211839.

“No sé qué va a pasar”, manifestó. “Pero sí creo que, tarde o temprano, estas puertas se van a abrir, Dios mediante”.

Fuente: AP